El estrecho de Drake es un estrecho intercontinental que conecta las partes meridionales de los océanos Atlántico y Pacífico (en el caso del océano Antártico, puede referirse total o parcialmente a él).

El estrecho de Drake es un estrecho intercontinental que conecta las partes meridionales de los océanos Atlántico y Pacífico (en el caso del océano Antártico, puede referirse total o parcialmente a él).

 

Al norte del estrecho se encuentra el punto más meridional de Sudamérica: las islas Diego Ramírez (archipiélago de Tierra de Fuego) y el cabo de Hornos, y en el lado opuesto, las islas Shetland del Sur (Antártida).

Es el estrecho (de los que tienen nombre propio) más ancho de la Tierra: en su parte más estrecha, su anchura es de al menos 820 km. También es el más profundo, con más de 5.000 metros de profundidad.

El Paso de Drake, la traicionera masa de agua que separa Sudamérica de la Península Antártica, ha estado envuelto durante mucho tiempo en mitos y leyendas. Una de ellas habla de un poderoso dios marino que habita bajo las olas y gobierna el paso con puño de hierro.

Según la leyenda, el dios se cansó de la constante intrusión de barcos humanos y decidió desatar su ira contra ellos. Invocó fuertes tormentas y olas que hicieron zozobrar muchas embarcaciones y desaparecer en las profundidades.

Pero los marineros de antaño eran un grupo resistente y supersticioso, y sabían cómo apaciguar a los dioses del mar. Ofrecían sacrificios de comida y bebida a los dioses antes de zarpar, con la esperanza de obtener su favor y una travesía segura por las traicioneras aguas.

Y así continuó la tradición, transmitida de generación en generación. Hoy en día, los marineros que navegan por el Paso de Drake siguen rindiendo homenaje a los dioses del mar, con la esperanza de ganarse su bendición y evitar el destino de los que han caído víctimas de la ira del dios.

A pesar de los avances modernos en navegación y tecnología, el Paso de Drake sigue siendo un desafío formidable incluso para los navegantes más experimentados. La leyenda sigue viva, como un recordatorio del poder y la imprevisibilidad del mar, y de la necesidad de que los navegantes muestren siempre respeto a los dioses que lo gobiernan.